Creo que la música tiene un poder innato para moverte y moverse a través de ti de maneras específicas. Dependiendo de la disposición de la audiencia, o la postura de alguien en la sala, o tal vez un suceso social que acaba de ocurrir, uso la música para moldear positivamente la forma en que la audiencia percibe el momento. Tal vez les doy un momento para que se sientan enojados, o para que sientan alegría, o para que se sientan relajados. Por ejemplo, si la gente entra un poco letárgica, la música con una clave suele levantar los ánimos. Espero que la gente salga de la habitación sintiéndose mejor que cuando entraron.

Cuando la gente entra en una habitación, mi mente empieza a pensar en qué música le gusta a cada persona en esa habitación, y cuáles son las canciones o sonidos comunes que conectarán a esta persona con esa persona. Una vez que veo a una persona moviéndose al ritmo, pienso en ello como si intentara encender un fuego. Tienes una pequeña llama ardiendo, y el juego consiste en seguir avivando esa llama canción tras canción hasta que tengas toda la habitación en llamas. Y entonces, una vez que todos se mueven al mismo ritmo, a partir de ese momento los llevas de viaje... y con suerte te has ganado su confianza lo suficiente para que te acompañen durante todo el viaje. Al final de la noche, todos en esa habitación sentirán una sensación de conexión por haber compartido un viaje y una experiencia común.